Yo no soy una góndola by Montse Monsalve
Regreso de Venecia con una canción, que modifiqué a mi antojo, bailándome en la cabeza; “Yo no soy una góndola”. Y es que mi bámbola personal, banda sonora del Festival de Cine de la ciudad de los canales para esta que escribe y para quienes tuvieron el “privilegio” de vivir esta aventura como compañeros de batalla, me ha servido para conocer de cerca los entresijos de la Bienal, en la que podría calificar como una experiencia en todos los sentidos.
El estribillo que compuse para este tema decía “non mi piace”, y la verdad, es que, pude canturrearlo al salir de muchos de los largometrajes presentados. Al final el poso que me quedó, es que en este tipo de citas se presentan películas para unos pocos, que no encandilan ni apasionan a un público que prefiere relajarse con algo más comercial y no tan poético ni crudo. Pero no es mi papel el de valorar la calidad de las películas que pude ver, supongo que para eso es preciso ser una gran erudita y entendida ya que, de otro modo, me costaría encontrar algo bueno que decir de To The Wonder, además de la fotografía y la belleza de sus protagonistas.
He leído mucho sobre el “controvertido” Terrence Malick. Crónicas en las que califican esta consecución de imágenes como rapsodia gloriosa, placentera o coherente, otras en las que la tildan de aburrida o vacía, y he visto a compañeros de butaca que lucharon para no cabecear o a gente que salió airada de la sala. Para mí, sinceramente, fue tremendamente lenta y aburrida.
Mientras, ‘At Any Price’, de Ramin Bahrani, me pareció la típica película de sobremesa americana, con un excepcional Dennis Quaid que no lograba inocular a su hijo en la ficción, Zac Efron, ningún chip prodigioso. Fuera de concurso, podría decir que disfruté con “The Iceman” donde Michael Shannon exhibía dureza y una voz maravillosa y Winona Ryder demostraba en rueda de prensa su poca elocuencia.
Pero me estoy yendo por las ramas ya que este post quería hablar de cine sin hacerlo. Destacar lo complicado que es acreditarse en citas de esta índole, lo imposible que nos resultó asistir a fiestas, lo bien organizadas y puntuales que fueron las ruedas de prensa, y lo exquisito y a buen precio que estaba el café. Como en todo evento de tal magnitud hay hechos subsanables como las conexiones a Internet, complicadas y una gesta para quienes tenían que enviar sus crónicas diarias, como mi compañera y amiga Amalia Enríquez, o que un día antes de su inauguración los stands no estuviesen listos. El programa no era sencillo, y las publicaciones estaban solo en italiano, a pesar de que la mayoría de los largometrajes se emitían en inglés. Poco global resultaba así esta cita con el séptimo arte en la que importaba más el modelito de la famosa de turno que la creación de supuestas obras maestras. El transporte, la puntualidad y la atención, sin embargo fueron sublimes, y tener el privilegio de conocer Venecia de la mano de un grupo tan heterogéneo como el que forjamos, fue una de esas vivencias que recordaré toda la vida.
Como experta en organización de eventos detecté aciertos y errores. Siempre te fijas en cosas que hubieses mimado más, tales como los avisos de las entrevistas a los periodistas, la atención a fotógrafos, o la disposición de material de calidad y en varios idiomas, pero lo cierto es que en resumen, no hubo nada que chirriase demasiado, salvo una seriedad extrema y una falta de alegría en una ciudad con tanta luz.
3 kilos después, 20 capuchinos más tarde, decenas de paseos de día y de noche por uno de los lugares más mágicos del mundo, y clausurada la 69 edición de Cine Internacional de Venecia... solamente puedo decir a Amalia, Juan Carlos, Ana y Sergio “gracias por venir”, aunque no montásemos en góndola.