Volvamos a ser plumillas, by Montse Monsalve
Es de color vino, exhala tinta púrpura, es liviana, destila palabras, hilvana oraciones, crea noticias, planificaciones y da vida a entrevistas, pero lo que es más importante; está adaptada a mí; a una humilde zurda (siento abusar del punto y coma, pero creo que en este párrafo da amplitud y subraya los silencios, tensión e importancia de lo que pretendo relataros). Mi estupenda colección de plumas, compuesta por un total de nueve ejemplares, me han mirado siempre desde mesas, estanterías y armarios con la boca triste de quien no puede emitir el mensaje que lleva en las entrañas.
Esta preciosa pelirroja llena de tinta morada, cuyo plumín se adapta como por arte de magia a mi extraña escritura, mira de soslayo a mi última adquisición; una prepotente escultura de murano, que baila entre vetas turquesa y blancas, prometiendo inspirar historias y artículos únicos. Pero no ha sido esa beldad la que cuelga de mi cuello, ni la renacentista roja y plateada cuyo peso no hace sino recordarme que las imitaciones no son más que reflejos de ausencias. Sus compañeras se bañan entre azules y dorados, mármoles, maderas nobles y negros sobrios, repitiendo el mismo estribillo; estamos hechas para ser miradas pero nunca taconearemos en tus manos. Mas mi nueva pluma de color vino, tinta púrpura y peso liviano se pega a mi índice, anular, pulgar y corazón para rasgar y puntear cuadernos, demostrando que todos podemos hacer música, solo es preciso elegir el instrumento adecuado.
En ocasiones las tiendas de plumas se erigen ante nosotros como si de joyerías inaccesibles se tratase.
Entras, absorbida por sus preciosas y suntuosas estilográficas, y cuando estás absorta en su contemplación, alguien se te acerca y te emite el temido “¿te puedo ayudar en algo?”. La traducción literal de esa abrupta construcción gramatical es “si quieres mirar cosas que nunca podrás comprarte, date un paseo por Serrano”. Es en ese momento cuando te escabulles farfullando palabras sin sentido y con un nudo en el estómago. Pero ¿y si hubiese un sitio dónde la pregunta fuese otra? ¿Y si un día nos dijesen que si queremos probarlas? Ese lugar existe, se llama Rey, y de allí viene mi nueva compañera y la inspiración de este post.
Me desplacé el fin de semana a Madrid para hacer una prueba en un curso de doblaje. Después de prestar mi voz a la rubia protagonista de una serie que no conocía, y de escuchar de los labios de un actor consagrado, que hablo muy deprisa y vocalizo mal (qué descubrimiento…), pero que después de seis o siete meses podría llegar a aprender algo, me dirigí al Parque del Retiro para disfrutar de una soleada mañana. En el camino un escaparate se me cruzó hipotizándome de tal manera que me vi obligada a entrar en aquella librería con la absurda intención de comprar un lápiz. De pronto vi un objeto que no sabía que existiese; El “lapiz perfecto” de Faber-Castell. En otro contexto lo hubiese observado de lejos pero la curiosidad me pudo, y cuando la temida pregunta se dirigió a mi persona “¿te puedo ayudar en algo?”, no pude evitar señalar aquel extraño invento.
En cuestión de segundos me vi sumergida en una conversación sobre grafitos perfectos con sacapuntas y tapa incorporados, inventados hace más de un siglo por un abuelo que no soportaba derrochar lapiceros y que creó la forma de que pudiesen aprovecharse hasta el final. No contenta con ello, Paloma, la artífice de la pregunta temida, me invitó a pasar a la “Zona Vip” de las plumas, y allí, en la joyería de la tinta, me dio una magistral lección sobre estilográficas que se tradujo en un descubrimiento sin par; ¿quién ha dicho que no hay plumas para zurdos?
Probé varias, y cuando hube escogido una, económica y a la vez deliciosa, Paloma me cambió el plumín y me enseñó como tratarlos, mimarlos y limpiarnos. Como una maestra que te ilustra en el noble arte del entintado, los cargadores, los bombines y la caligrafía, me explicó cómo escribir con pluma puede evitar dolores crónicos de espalda al obligar a nuestro cuerpo a escribir erguidos y mejorar nuestra higiene postural. También me relató de qué manera los niños disfrutan al rasgar una estilográfica y que los grandes coleccionistas de plumas, al contrario que quienes amasan montañas de relojes o coches de lujo, demuestran la sensibilidad y humildad especial de quien aprecia este lujo único.
Salí como una niña con zapatos nuevos; en este caso con pluma, lápiz perfecto y cartuchos de colores destinados a besar a un cuaderno estrenado para tal fin, y prometí que escribiría este artículo. El mensaje del mismo no es sino invitar a mis compañeros de gremio a montar en el del periodismo y retomar el uso del utensilio que nos puso apodo; yo vuelvo a ser plumilla, quiero ser plumilla, y espero crecer mucho en este noble oficio ¿os he convencido? DeLorean