El síndrome de Paco Martínez Soria
Dice la leyenda que hace muchos siglos todos los hombres hablábamos la misma lengua. Gracias a esto, nos creímos invencibles y en la ciudad de Babel quisimos construir una torre muy alta para llegar hasta el cielo. Como castigo, se nos condenó a hablar diferentes idiomas. Pero ¿y si fuera un regalo? En vez de considerarlo una condena utilicémoslo como la llave para llegar a donde queramos. La información es poder y ésta no circula siempre por donde nos conviene, lo cual no quiere decir que no nos interese.
Regresando a la vida real, y obviando hermosas historias, en nuestro día a día vemos diferencias sustanciales entre la convivencia lingüística de nuestros estados vecinos, y otros mucho más lejanos. Por un lado en los países nórdicos habitualmente no se traducen las películas. Enclaves como Bélgica u Holanda consumen los programas anglosajones sin traducción y, gracias a ello, se benefician de su riqueza lingüística y cultural de forma natural creando sociedades más abiertas y más desarrolladas. Por otro lado desde España nos gusta reírnos de la “poca cultura” del americano estereotipado, que no sabe ubicarnos en el mapa, ignorando que, pese a la ignorancia que exhiben en materias como la geografía, al hablar inglés ya van varios pasos por delante de nosotros.
Las limitaciones que se presentan al no hablar idiomas se hacen cada vez más insalvables a medida que nos adentramos en la sociedad moderna. Desde la comodidad en los viajes, al saber que allá donde estemos seremos capaces de comunicarnos. Pensemos en el ideal de intercambio fluido para participar en redes sociales como Twitter donde convergen todas las lenguas en un mismo flujo de discusión. La vida cotidiana, la curiosidad sana, la información de primera mano… todos son víctimas del desconocimiento de las lenguas. La Comisión Europea afirma que los españoles nos perdemos cerca del 58 por ciento de la información que buscamos por no saber inglés. Más que una asignatura pendiente el desconocimiento de este idioma supone una debilidad estratégica imperdonable. Y hasta ahí sólo hablamos del inglés.
Según Ethnologue, uno de los catálogos más actualizados de lenguas, actualmente existen cerca de 6.912 idiomas. El 95 por ciento de la población habla el 5 por ciento de los idiomas que existen. Leer de primera mano a Flaubert, narrando la agonía de madame Bovary, conocer la meticulosidad plasmada en las anotaciones de Kant, o disfrutar del caos de las ideas de Da Vinci, son un lujo al alcance de todos pero que disfrutamos muy pocos por ignorancia o por pereza.
El español medio asegura que “se apaña” hablando inglés pero es el momento de sobreponerse al síndrome de las películas de Paco Martínez Soria, que en su tiempo tuvieron la gracia necesaria, pero que ahora piden a gritos que nos demos cuenta de que el mundo ha cambiado. Ahora toca ser competitivo, pelear por seguir adelante, dejar de doblar a actores cuyas voces reales y matices desconocemos, y poner una mayor atención en la banda sonora original de la vida globalizada. El inglés no es una asignatura, se trata de una necesidad imperante que ya no asegura tener una ventaja, sino que determina el entrar o no en consideración.
El francés es un lujo al alcance de todos y el alemán es necesario para desenvolverse en Europa. Pero además, llegan pisando fuerte otros idiomas que nunca creímos que necesitaríamos. El chino se convierte en la lengua de los negocios, el árabe empieza a ser esencial para la diplomacia y el portugués se instaura con premura ante el avance de potencias como Brasil. Mientras el mundo cada vez tiene menos fronteras y la tecnología nos permite ampliar nuestros horizontes hasta los confines del planeta, los españoles seguimos dándole la espalda al universo de posibilidades que nos regalan los idiomas cada vez que ésta se asoma con un tímido “Do you speak english?”.